No me gusta la idea de excluir por contrato al 99,99% de los clubes europeos de la posibilidad de ganar el torneo más importante del mundo del fútbol. Es cierto que las posibilidades de que un Getafe o un Fuenlabrada lo lleguen a ganar son prácticamente nulas. Pero igual de cierto es que esas opciones están ahí. Y que si los Real Madrid, Bayern, Liverpool… son equipos grandes, lo son porque primero han demostrado, en el campo, estar por encima del Fuenla o el Geta. Y también es cierto que el actual sistema de competiciones ha permitido a equipos como el Fuenla o el Geta estar por encima de lo esperado. Compitiendo con los mejores de segunda o incluso con los mejores de primera.

Para los clubes grandes es un engorro ir al campo del Geta y arriesgarse a perder. Un Madrid o un Barça no obtienen mucho prestigio por meterle 5 – 0 a los azulones. Pero sí que lo pierden cuando el resultado es favorable a dicho equipo.

Si excluimos por ley a los equipos que no forman parte del G14, nos estamos asegurando de que no se den casos como el del SuperDepor, que el año 2001-2002 le ganó una final de la Copa del Rey al Real Madrid en el Bernabeu, en el año en que el club blanco celebraba los 100 años de su nacimiento (El Centenariazo famoso) y que tuvo una época en la que se dedicó a tumbar en la lona a los grandes de Europa en sus propios estadios: Manchester United (cuando era uno de los cocos continentales), al Arsenal de Wenger y Thierry Henry, el Bayern (tan coco entonces como ahora), o el Milan de Seedorf, Shevchenco, Pirlo y compañía.

Ante este último equipo, en cuartos de final de la Champions 2003-2004, siendo los rojinegros los campeones vigentes, el Depor remontó un 4-1, endosándoles un 4-0 en Riazor. Se clasificaron de este modo para semifinales, con toda la épica del mundo, y soñaron con la posibilidad de hacerse con el título.

Pero entonces apareció el Oporto de Mourinho, les privó de la final y se llevó el título ante… el Mónaco. Ninguno de los finalistas entraba en las quinielas a principio de temporada. Tampoco el Depor.

Por cierto, el Mónaco había remontado el 4-2 del Madrid del partido de ida de cuartos de final, como parte de su camino hacia la gloria que les arrebató Mou.

Otro dato interesante es que el Celta y Real Sociedad también jugaron aquella edición y alcanzaron los octavos de final.

Que exista la posibilidad, aunque sea teórica, de una Champions como aquella, le da vidilla al fútbol. A pesar de que el impacto económico inmediato no sea rentable para los grandes de Europa. Porque, no nos engañemos, la Superliga es expulsar por contrato a todos aquellos clubes que no tienen el título nobiliario de “Grande de Europa”. Y no es otra cosa.

Para mí, una cosa que diferencia el fútbol europeo de los deportes de masas norteamericanos es que los segundos son meros chiringuitos empresariales. Negocios cerrados en los que los equipos no son más que franquicias (y de hecho así se les denomina) de una empresa matriz, que es la que organiza la competición.

El fútbol europeo, y el hispanoamericano, tienen raigambre en el pueblo. Los clubes salen de los barrios, de las asociaciones de aficionados, de la empatía que generan con los lugareños que se convierten en sus aficionados… Y unos crecen más y otros menos… Y los que más crecen, como el Madrid o el Barça, pueden mover tanto dinero que hagan pensar que el fútbol es puro negocio. Pero no, hay algo más popular en ello. Y es verdad que un aficionado del Madrid no tiene por qué ser madrileño. De hecho, la mayoría no lo son. Pero el Madrid tiene su historia, su origen y en gran medida su esencia, en ese fútbol de aficionados del que ahora se quiere prescindir.

Y lo mismo que el Madrid cualquier otro club europeo.

Por otro lado, si un Madrid – Barça o un Madrid – Bayern son partidos seguidos por millones y millones de aficionados, y generan pingües beneficios… es también debido a que son especiales o, dicho de otro modo, escasos. Si cada finde el Madrid se enfrentara a un grande de Europa, ya no hablaríamos de partidos especiales, sino de rutina. Y ya no vendería tanto.

Además, las propias leyes de mercado lo dicen: cuando aumenta la oferta de un producto, menos valor le otorga el mercado a dicho producto. Para subir el precio hace falta reducir la oferta. Si lo convertimos en rutina, un Madrid – Barça perderá valor, venderá menos.

A esto hay que añadirle que si se pone en marcha la Superliga sin un mecanismo equilibrador, pasará lo mismo que ha ocurrido en las ligas nacionales: que se tenderá a que cada vez haya menos candidatos al título. Y si la idea jugosa actual es crear un torneo con 10 ó 12 candidatos (unos mas y otros menos, pero candidatos todos al fin y al cabo), esto no durará mucho. Los primeros que empiecen a repetir victorias serán los que terminen siendo los principales favoritos cada año, mientras que los que no ganen ninguna de las primeras ediciones quedarán condenados a ser clubes de relleno. En poco tiempo, el mismo problema de las ligas nacionales se habrá trasladado a la Superliga.

Por todo esto y más, estoy en contra de la Superliga europea.

La cuestión es que más temprano que tarde se terminará imponiendo. La ecuación de los grandes clubes es sencilla: cuantos menos haya para repartir el pastel económico, a más tocamos cada uno. Capitalismo lo llaman algunos. Y no parecen dispuestos a cejar en su empeño.

Tampoco hay una gran oposición, pues seamos honestos: los excluídos de la Superliga no se quejan porque tengan grandes convicciones. Se quejan porque ellos se quedan fuera, y punto. Si cualquiera de ellos tuviera billete para la Superliga, lo cogerían sin dudarlo.

Es más, los propios miembros del G14 están hasta cierto punto obligados a defender la Superliga. Porque ninguno puede arriesgarse a oponerse y quedarse fuera cuando ésta se ponga en marcha. Así que el lobby de la Superliga va a estar ahí, por pura inercia, hasta hacerla realidad.

Por otro lado, nos econtramos con una realidad. Las ligas nacionales se han descompensado demasiado. De las Big 5, sólo encontramos alternancia en la Premier y en la liga española. Y, a pesar de esa alternancia, la distancia entre los grandes y los pequeños es demasiado amplia. Las ligas de más de 90 puntos lo demuestran.

En Francia, el PSG gana todos los años la Liga y casi todos la Copa. En Italia y Alemania hacen lo propio Juventus y Bayern. En Inglaterra, a pesar de que hay varios candidatos, el ganador final suele rondar el centenar de puntos. En España, los 82 puntos del Barça del año pasado, que acabó siendo subcampeón, nos parecen una miseria y nos llevan a considerar a los blaugranas como un club decadente…

Es evidente que, al final, muchos partidos parecen relleno inútil.

Esta circunstancia es carburante para la SuperLliga.

Como punto final: lo único que impide que la Superliga esté en marcha es la necesidad de una organización que proporcione las infraestructuras necesarias. Básicamente: un órgano regulador y unos árbitros. Mientras no los tengan, el G14 tendrá que esperar. Pero no parece que éste sea un gran obstáculo.

En definitiva, yo espero y deseo que la Superliga nunca llegue a hacerse realidad. La Champions está muy bien como está y funciona a las mil maravillas. Pero la ambición de los clubes está ahí, el sistema está ahí, los intereses económicos están ahí… Lo que no está ahí es una oposición fuerte y organizada que pueda impedirla.

Mi pregunta es: cuando el fútbol termine de perder su raíz popular… ¿habrá muerto?

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